





Baba Yaga: El Oráculo Prohibido
TERCERA OBRA de la Serie III • MYTHOS: UNITED
Ni héroe ni villana, Baba Yaga es una paradoja andante. Una figura tallada en ceniza y profecía, en sabiduría y furia. En esta pintura, no fue creada. Emergó arrastrando su propio mito tras de sí.
La superficie brilla con Amberina Quemada y marrón tiznado por brasas—como madera carbonizada, como un bosque incendiado y congelado en la memoria. Como si el recuerdo mismo hubiera ardido y luego se hubiese enfriado en forma de color. Irradia calor y advertencia.
En la parte inferior, el craquelado negro se extiende como venas antiguas o como obsidiana hecha trizas, ocultando una verdad más vieja que la lógica: que la sabiduría no nace de la luz, sino de sobrevivir a la oscuridad. Cada grieta parece el eco de algo sagrado que se rompió. Son fracturas en la psique. Son el eco de cada momento en que el instinto vencía a la razón, la furia eclipsaba a la lógica, y el deseo devoraba a la inocencia. Cada línea es el vestigio del caos sagrado que cargamos en nosotros mismos.
Mira de cerca... más TODAVÍA: el área fragmentada no es casual. Se despliega precisamente sobre la proporción áurea: 1.618. La proporción divina, SÍ. Pero en el mundo de Baba Yaga, el Número Áureo no representa armonía. Una geometría sagrada que no calma: DESPIERTA. En manos de la BRUJA, la matemática no es cálculo. Es hechicería dirigida al inconsciente.
El negro no es ausencia: es ORIGEN. Y lo que sangra a través de él no es fuego, es la memoria del fuego. La parte inferior de la obra respira como un mar de carbón encendido esperando oxígeno... para lograr la combustión única de la sabiduría.
Y de pronto, aparece una pequeña mancha anaranjada brillante. Inesperada. Aislada. Pero que te atrae sin remedio. Te atraviesa. Un punto focal menor y a la vez mayor. Desafiante. No es accidente. Es la chispa que se negó a morir. El hijo que perdió. El precio que pagó. La brasa del duelo conservada en ritual, nunca olvidada, siempre presente. Es la maldición que se convirtió en recuerdo.
Encima, un trazo de graffiti en verde tóxico estalla hacia abajo, como veneno escurridizo... como savia maldita de un árbol que habla en sueños. Es la marca de Baba Yaga—no una firma, sino una cicatriz. Una mancha de poder, salvaje e impenitente. No está hecha para impresionar, sino para perturbar.
El impasto marrón se siente arqueológico, como algo desenterrado bajo las ruinas de la historia. Los impastos gruesos son narrativas que se superponen para crear historias densas... llenas de misterio. El relato de una mujer temida no por malvada, sino porque nunca pudo ser domada.
Nada aquí es simétrico. Y sin embargo, todo está equilibrado como un alma que busca la paz mientras está en guerra consigo misma. Baba Yaga habita en el umbral de sombras infinitas... las mismas que fingimos no tener.
Esta obra no es un espejo de quién eres. Es el humo de quién niegas ser. Es cada instinto que reprimimos. Cada contradicción sagrada que nos negamos a reconciliar.
Su pregunta para ti es:
¿Te atreves a caminar en la profundidad de su bosque... o huyes y finges que no viste el humo... tu HUMO?
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